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martes, 30 de diciembre de 2008

Un caligrama de ejemplo

Este es un bello caligrama hecho por una de mis alumnas, quien aprovechando sus conocimientos de Corel Draw se atrevió a hacerlo. Disculpen si no recuerde el nombre, pero esto fue hace ya mucho tiempo. Así como este bello ejemplo, tengo muchos otros y de una gran diversidad de motivos. ¡Disfrútenlo!

jueves, 25 de diciembre de 2008

CUENTO

RUTA INCONCLUSA

El silente corredor resucita al recepcionar al desperezado día, abriéndose a la luz matinal que se acomoda en cada espacio libre que encuentra y que no les es franqueado. Las sombras se niegan resueltamente a despedirse y se mantienen detrás de bancas, escupideras o de alguna camilla que quedó abandonada el día anterior. El silencio huye ante la intromisión del vocerío impertinente que lo expele totalmente del lugar.
Las voces entremezcladas suben de piso en piso y son más claras aún al sentirse su acercamiento. Los zapatos crujen en distintas formas y el piso, con su faz reluciente, es herido constantemente. El ascensor en su vaivén hace un alto y descubre su cargamento:
− ¡Permiso, permiso…!
Un enfermero, con diestra mano, conduce una camilla en la cual yace un hombre cuyo rostro trasluce unos treinta años, dignos de haberlos vividos. Uno que otro cede el paso a las chirriantes ruedas que siguen su recorrido estremecedor. La camilla elude a desapercibidos andantes trajeados en blanco que responden con miradas y muecas pedantes frente al ocasional conductor, que aprieta con fuerza, entre dientes, un carajo rabioso que quiere escapar. A unos metros de la meta ansiada, ante el libre pasadizo que se le presenta por delante, acelera y… casi atropella a una enfermera, justo cuando ésta salía de un cuarto. Con el susto, la mujer deja caer un “papagayo” y una “chata”, que cubren con sus fétidos contenidos al piso.
La camilla se estaciona en la cama 313, de límpidas sábanas y tupidas frazadas, al lado, un vacuo velador observa impertérrito la llegada de su nuevo ocupante.
− Bueno, muchacho, llegamos − dice, el enfermero −. Huy… éste sigue dormido. Ahora, ¿quién lo baja? − musitó.
Pero el hombre despierta al momento y con cara de pocos amigos pregunta:
− ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?
− Estás en el hospital y ayúdame a bajarte a tu cama − respondió el enfermero.
Y con mucho cuidado abandona la camilla y se posesiona de la cama.
Desde su cobijo observa ensimismado y con detenimiento su aposento. (“¡Bah! Color blanco, qué asco, esto es frío, muerte. El rojo sí que es vida, como la sangre, o como los labios jugosos de una quinceañera que recién se estrena… ese es color. Maldita mosca, hace rato que está zumbando sobre mi cara y esta oxidada ventana que no cede… ¡ah!... vete mosquita, que tu existencia no se reduzca a cuatro paredes como la mía. Pero saldré de aquí caminando, porque soy y estoy fuerte. Quien me viera no diría que estoy para un hospital, tengo los brazos duros y mi pecho es de acero… y este dolor que no deja moverme con tranquilidad… aunque pensándolo bien no es para llorar… dicen que es apendicitis o algo así… aún me queda mucho por recorrer y gozar…”).
− Buenos días, ¿su nombre? − pregunta una enfermera, de pelo castaño y de una sonrisita atrevida, acompañada de un doctor con mostacho frondoso y de gruesos lentes.
− ¡¿qué?! − dijo, muy sorprendido, el paciente.
− Su nombre y su ocupación, señor − repone la de la sonrisita ahora convertida en mueca adusta.
− Adán Castillo Párraga, obrero… − responde, ya más relajado.
− Mira, hijito, hoy mismo te vamos a operar. Es algo simple y rutinario. Así que no temas. Prepárate que dentro de cinco horas vendrán por ti − intervino el galeno.
− Pero, pero… doctor, ya casi no me duele nada. Creo que ya no es necesaria la operación, total… fue sólo un simple cólico. Además, eso sí es peligroso. Usted sabe, la anestesia… se le puede ir la mano, pueden olvidarse alguna tijera dentro de uno… no, doctor, no me opero. ¿Por una minucia me van a cortar?, eso sí que no. Compréndame, soy joven, lleno de vida y por una maldita “tripita” me… no, definitivamente no me arriesgo.
− Mire, joven, la salud es suya. Si usted quiere mañana mismo se puede ir, aparentemente ya está bien, pero es efecto de los calmantes. Pero de qué le sirve conservar esa “tripita”, tal como lo llama usted. Ande, anímese que el seguro lo paga todo. Después de esto ya no tendrá de qué preocuparse y nunca más volverá a sentir su apéndices − agregó el doctor.
− No le tenga miedo a la muerte, amigo. Míreme que yo he sido operado del estómago y ya me levanto de al cama y camino sin ayuda. En cambio a usted, sólo es una extirpación que le durará más o menos una media hora − interfirió el paciente de al lado, en quien nadie había reparado, pero con qué atención atendía la conversación ajena.
Adán no supo qué decir ni qué resolver. Para él un riesgo era un riesgo. Pero, qué caray, si toda su familia se caracteriza por ser casta de valientes e incluso en su lejana tierra, a su padre le abrió un boquete en el estómago un toro bravío de aquellos que no llevan cuerno sino gruesas y filosas lanzas, y su viejo aún vive. Cómo iba a amilanarse ante un pequeño “rasguño”. Claro que no, lo iba a enfrentar como que se llama Adán Castillo Párraga.
− Está bien, doctor, que vengan por mí − contestó con seguridad, Adán. No era resignación, sino valentía.
Las cinco horas que pasaban resumían su vida: su niñez de naturaleza indomable, entre yerbas; su adolescencia, con ariscas niñas a quienes hurtaba fugaces besos; su juventud… qué no había hecho… y, después de esto, qué no hará. De seguro que su vida la adornará con infatigables borracheras, con hermosas mujeres… ¡qué deliciosa vida le espera!
Otra vez en una camilla rumbo a su destino. El ascensor lentamente se eleva hasta el quinto piso en el cual se halla el quirófano, allí adonde nadie quiere llegar, al menos echado en una camilla. El lugar es tétrico. Hay pocas personas, sólo las necesarias. La pulcritud se da a todas luces. Pero se encuentra en medio de focos raros que destellan haces intensas, principalmente aquella de tremenda bola que le cubre casi todo el cuerpo. Se siente como si lo hubieran abandonado. Al costado, en extraños recipientes se ve instrumentos más raros aún, parecen cucharas y tijeras dobladas después de un incendio.
Los protagonistas de la operación entran a la sala para dar rienda suelta a su “festín”. Todos con las caras cubiertas como para que nadie los reconociera si es que algo pasara y con las manos enguantadas como para no dejar huella comprometedora.
El doctor ordena a la enfermera asistente para que proceda con la anestesia parcial. Adán iba a ser testigo de su propia “carnicería”. Ahora sí el color rojo ya no lo apasionaba; pero, en fin, qué es media hora.
La luz danzaba en torno a él, mandiles blancos amontonados y animados en su cuerpo, si parecía un ritual de sacrificio. Cada vez que el doctor levantaba algún instrumento con el reflejo parecía como si estuviese haciendo alguna invocación espiritual…
Nuevamente quedaba solo, no era abandono esta vez, como él pensó, sino que el trabajo había concluido, y estaba tan vivo y fuerte tal como llegó. Entonces a qué temer, los “matasanos” no lo doblegaron. Ahora sí se iba a descansar sin ninguna molestia.
La camilla…, el quinto piso…, el ascensor…
− ¡Permiso, permiso…! − Habla el enfermero, saliendo raudamente con la camilla. Adán feliz por la exitosa operación y, a la vez, desconcertado por la velocidad a la que estaba yendo.
El corredor ya no muy reluciente, evoca la mañana con su lánguida tristeza de paredes enchapadas de oscuridad. El crujir de los tacones, a esa altura del día, son opacos y pesados al ser trasladados con modorra. Las escaleras son lugares casi inhabitados.
El piso es herido con más rudeza por la veloz camilla que pasa eludiendo a personas impávidas ante lo que ven. Cuando de pronto, en una curva, cerca de las escaleras, se aparece improvistamente el coche de la ropa que también venía apuradísimo y colisionan. El golpe es tremendo, las ruedas se bambolean en el aire, los gritos no se dejan esperar y… las ropas regadas por el corredor, la camilla volteada con mira a las escaleras como si contara los escalones y Adán con el rostro desencajado se desangra. El golpe fue muy violento. Lo rojo no le venía de la herida de la operación, sino de la tremenda y profunda hendidura que tenía en la frente. Ya no respiraba…
El día se iba asolapadamente del corredor. Las pequeñas sombras crecen desde su acecho. El silencio regresa y toma sus posiciones, la noche se desnuda a sus anchas…
Edgar Videla Flores/Comunicación/Edelmira del Pando

sábado, 20 de diciembre de 2008

Despedida a la PROMOCIóN 2008

Hasta siempre, chicas. Se les va a extrañar...

Un año más para algunos y el último para otros



Hoy diecisiete de diciembre del dos mil ocho, diez y media de la mañana, en la Institución Educativa Edelmira del Pando –y de seguro como en otras– se realizó la despedida de la Promoción, dando fiel cumplimiento al programa de fin de año. Se dio el discurso formal –como se acostumbra– del Director después de entonar el Himno Nacional así como el del colegio.
Las alumnas exhibieron sus blusas de un colorido chillón, respondiendo a la multiplicidad de diseños que sus gustos juveniles les inspiran. Cada docente, con lapicero o plumón en mano fueron asediados para escribir sus más sentidas recomendaciones futuristas. Se compartió suculentas meriendas –esto sí que no es una costumbre acentuada– y gaseosas casi calientes que no entonaban con la majestad del sol. Hubo música de todo tipo, se bailó, se cantó, rieron y –finalmente– al toque del timbre de la salida las lágrimas abundaron en las alumnas ante la mirada comprensiva de sus profesores.
Un año más para el colegio, es la ceremonia de todos los años, es un deber que se tiene que cumplir. Los docentes, afanados en cumplir con toda la documentación que como siempre se entrega en diciembre, a la par, deben de organizar la despedida de la promoción. Todos los años es lo mismo. No serán las mismas alumnas, pero es la misma actividad y el mismo sentimiento. Las despedidas no son fáciles de asimilar y, más aún, si esto es reiterado. Es diciembre, debería ser un adiós más, una promoción más, pero el vacío que queda es único.
Para las alumnas, este no es un día cualquiera, es el último para la promoción. De aquí para adelante, la pauta de su existencia ya no lo pondrá el colegio sino la preocupación de ser alguien de provecho. No habrá uniforme ni los cuadernos de rigor. La amiga y confidente de todos los días ahora quedará relegada a “cuando tenga tiempo”. Los apodos sólo serán recuerdos de antaño que en los momentos de reencuentro –y ojalá los haya– serán motivo de conversación, así como las anécdotas escolares y las travesuras que, al fin y al cabo, enseñaron a crecer. Pues, llegó el final, es diciembre, es el último año, el último día, fin de la fraternidad escolar, las risas y las lágrimas derramadas hoy se justifican.

martes, 23 de septiembre de 2008

Catarata de Antakallo - Matucana.

Después de caminar más de dos horas, por fin llegamos a la catarata de Antakallo.
Ellas son alumnas de la I.E. Edelmira del Pando del 1º"A" de Vitarte - Agosto 2008

lunes, 22 de septiembre de 2008

PARTES DEL CUENTO

¿Cuáles son las partes del cuento?
Pues, te invito a espectar este video, muy ilustrativo por cierto, que nos enseñará cuales son las partes clásicas del cuento.
Una vez que hayas visto el video responde:
¿En qué consiste el inicio?
¿De qué trata el conflicto?
¿Qué es el desenlace?